jueves, 6 de noviembre de 2008

A veces

A veces uno escribe solamente para estar bien seguro de que no haterminado de volverse loco.
Cierto, suena dramático, tal como sueleserlo la paranoia. Habría que ver, no obstante, si el acto de empujarla pluma para expresar alguna forma de cordura lleva efectivamentehacia allá, o hacia el lado contrario -como sería el caso de esosbeatos que de tanto cargar cruces y cirios acaban por llamar al santoseñor del trinche-.
¿Da la locura alguna señal cuando está cerca deatraparlo a uno en sus garras? Seguramente sí, mas no al interesado,que suele ser el último en saberlo. Cree uno que si escribe y lograque las frases tengan algún sentido estará comprobando su cordura,pero el cerebro tiene este raro chip que halla congruente todo cuantopergeña, más allá de cualquier opinión. Escribir nos delata ante los otros, que se asoman así a la lógicasecreta que nos mueve, remueve o conmueve. Da horror toparse con esosorgullosos ingenuazos que a los treinta años siguen enseñando el poemaque escribieron cuando tenían quince. Como no sean Rimbaud, quépapelón. Una de las cuestiones más intimidatorias de la escrituratiene que ver con el papel que uno hace ante sí mismo cuando dejadormir algunas parrafadas y al retornar a ellas las encuentrapatéticas, de manera que el único verdadero consuelo consiste endarles fuego sin demora.
Sin pausa.
Sin la mínima gana de recordar queesa inmundicia alguna vez existió. Preferimos ser duros con nosotrosmismos antes que permitir que a otros se les ocurra torturarnos ya nocon un denuesto -merecido lo tendríamos- sino con un elogio, que esmucho peor. A ver quién nos convence de que esos aplausetes no hansido cocinados con pura mala leche.
de: Xavier Velasco

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